viernes, noviembre 21, 2008

Vientos que traen


Esta madrugada oí el rugir del viento, en mi profundo sueño los sonidos inconscientes de los árboles y el crujir de las láminas echaron a volar mi imaginación poco activa. Estaba en alta mar, en un corso gigante en el que todos estábamos mareados de miedo. Corríamos de proa a popa, bajando las velas que nos movían sin rumbo al compás de las furiosas olas. Mis ropas estaba mojadas de sal, y llevaba conmigo esa sensación de asco, no había más que oscuridad, movimiento, gritos y plegarias que clamaban calma en plena turbulencia. Ahí estaba yo, jalando velas y mástiles caídos ante la resistencia de los aparejos a punto de quebrarse por la fuerza incontrolable del viento. Agua, agua hasta las rodillas, un momento de temor, un instante en el que somos simples hojas movidas por el vaivén de los placeres de la naturaleza. Yo estaba siendo víctima del envolvente sueño y víctima de los temores de mi ser.

martes, noviembre 18, 2008

Luna de Octubre


Cuenta la leyenda que para octubre de otros tiempos, la Luna ya se había enamorado. Su locura había sido castigada por los dioses al romper las reglas establecidas que separaban la noche del día.
Para ese entonces, el primer eclipse del mundo se había consumado ya.
Ella se había enamorado tanto, que al instante ciega quedó. Dice el viento que el brillo del Sol no era tan potente como hoy, que los dioses potenciaron su brillo y menguaron el de la luna como castigo eterno de tal forma que no pudieran observarse más.

La luna fue obligada a trabajar unas horas más por las infinitas mañanas como acompañante eterna de Venus, justo antes del amanecer. Es el mismo brillo del sol que iluminaba tanto el cielo, que de este a oeste jamás se volvieron a ver.

Pero es Octubre cuando la Luna incurre al delito, secuestra algunas estrellas de brillo sin igual y sin que los dioses se den cuenta, sale como todas la mañanas a trabajar. Es octubre cuando los rayos más intensos del Sol mañanero son insuficientes para opacar su belleza e inmensidad.

Es octubre cuado se oye hablar que el Sol la observa detenidamente, aunque sabe bien que ella no le puede ver. Envía entoncés a las aves a cantarle dulces trinos, incurriendo ambos nuevamente en el delito interminable de su pasión.