Mis labios sintieron la sal, estaba meciéndome con el vaivén de las olas como una hoja en la superficie del agua, el vidrio templado que tenía frente a mis ojos empezó a nublarse, bastó una mirada para seguir la señal y soltar el aire de mi chaleco, el peso de los plomos de mi cintura empezó a hundirme, y sujeta a mi línea de descenso mi respiración empezó a ser oral, las burbujas huían por mi cabeza y mis oídos empezaron a sentir una presión diferente, sólo algunas ecualizaciones bastaron y mis espacios aéreos estaban compensados y listos para conocer el fondo. Mis dos ventanas abrieron sus puertas a otro mundo, ese que siempre es diferente cuando lo visitas, de pronto mi cuerpo tomó una forma vertical y mis piernas se volvieron aletas, todo transcurría lento, al compás de mis pulmones que se llenaban de aire y se volvían a encoger mientras mantenía mi flotabilidad para no estropear la frágil vida acuática, ahí estaba yo, paseando en las profundidades del mar, observando como los peces se extrañaban por mi presencia, era una desconocida, una extraña, era una especie más… Mis aletas revolvían un poco de arena del fondo, dos tamboriles se acercaban a comer los restos suspendidos que aparecían ante la fuerza de mis aletas, los corales de colores cambiaban mi paisaje mientras una tortuga gigante ante nuestra presencia se asustó, después vi miles de estrellas descansando sobre las piedras plagadas de coral. No era un sueño extraño, hace tiempo que no tomaban vacaciones mis sentidos… Hace tiempo que no me sentía tan extraordinariamente plagada de emociones, venciendo cada miedo, cada recuerdo atado a la última vez que visité el mar, esa dicotomía peligrosa que quedó en el corazón… En el fondo, muy en el fondo, volví hacer las paces con mi apasionamiento desmesurado, ese al que eché la culpa de perder algo que jamás existió. Y aquí estoy, terrestremente volviendo a respirar el aire libre de toxicidades. De pronto me vi rehabilitada, sentada justo a un lado de Ana, camino a casa, en el lugar menos pensado, recordando las locuras de un recuerdo latente en ese instante: “cuantas locuras hice” –dijo-, “como pasa el tiempo” –respondí-, y con tranquilidad volví a decir: “es extraño pensar que ya ha pasado más de un año, y que no tenía ni la más mínima idea de que tendría que pasar por ello para descubrir lo mejor” a lo que con una sonrisa Ana asintió: – quién lo diría…-
Muy bonito amiga, me transportaste al mundo submarino por un instante y sentí ser tú, viendo el cielo que se enconde en el fondo del mar, con sus estrellas y toda esa fauna que se oculta de la maldad exterior, que para desgracia nuestra también la ha alcansado.
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