Plagada de esos pedazos que caen tan de repente, ayer pensaba que antes era todo el cielo azul y resistente, tal parece que el efecto del calentamiento global ha venido a afectar a nivel interno también. Me quedé tirada en la cama, cansada de ver y sentir por todo el cuerpo los pedazos del cielo, bajo el que me gustaba caminar. Viajé cinco horas para cambiar de aires, pero el cielo también se cae a pedazos, estoy al borde de la emigración, de mutar para caminar sin rumbo, para cambiar de piel. Tal parece que mi cueva es mi único refugio, pero a mi cueva puedo escasamente entrar sólo dos días mermados a la semana, extraño tanto a mi cueva, que cada que cierro los ojos sueño con cobijarme en su lecho. Desde hace unos meses me he dado cuenta que mi aspecto a empezado a cambiar, mi piel se vuelve gruesa e intento construir el barco que había quedado encallado en aquella isla, congelada por la frialdad superficial de su gente. Hoy veo imágenes inamovibles, risas fingidas; -cuidado!- tal vez no sean fingidas, quizá sean felices así...
Yo me siento asqueada, descosida, quiero vomitar la porquería de la que solo puedo alimentarme en este envolvente pavimento gris; isla sin sentido, sin porvenir. Desde hace unos meses estoy mutando, lo vuelvo a repetir, probablemente pierda todo lo que puedo ganar aquí, ¿y que más da perderlo si no es lo que quiero?, regreso a mi trabajo; él único motor que impulsará el barco, sé que no hay mucha madera para mi, pero voy guardando los retazos que parcharán la tablazón, si el barco se craquela con las aguas, que más da si quedo internada dentro, al fin y al cabo allí es dónde quiero estar...
A lo único que hay que temer es a que el cielo caiga sobre nuestras cabezas, decía Abraracurcix (Astérix, el galo). A lo que yo creo que hay que temer es a que haya nubes en el horizonte y todas sean grises o negras, el oscuro del pasadao es la luz del futuro próximo. Qué importa el velámen si el destino es lo que da vida al viaje. Yo navego en una balsa pequeña a contramar... a las tierras frías, a los nuevos rostros, a la incertidumbre de lo extranjero. Vamos, que el agua de hielo congele las tablas y salvemos el pellejo con la fuerza de una nube prometedora a lo lejos.
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