jueves, agosto 18, 2011

Zarité




Así lo  recuerdo. Afuera los grillos y el canto del búho, adentro la luz de la luna alumbrando a rayas precisas su cuerpo dormido. ¡Tan joven! Cuídamelo Erzuli, loa de las aguas más profundas, rogaba yo, sobando a mi muñeca, la que me dio mi abuelo Honoré y que entonces todavía me acompañaba.
Ven, Erzuli, madre, amante, con tus collares de oro puro, tu capa de plumas de tucán, tu corona de flores y tus tres anillos, uno por  cada esposo. Ayúdanos, loa de los sueños y las esperanzas. Protégelo de Cambray, hazlo invisible a los ojos del amo, hazlo cauteloso frente a otros, pero soberbio en mis brazos, acalla su corazón de bozal en la luz del día, para que sobreviva, y dale bravura por las noches, para que no pierda las ganas de la libertad. Míranos con benevolencia, Erzuli, loa de los celos. No nos envidies, porque esta dicha es frágil como alas de mosca. Él se  irá. Si no se va, morirá, tu lo sabes, pero no me lo quites todavía, déjame acariciar su espalda delgada de muchacho antes de que se convierta en la de un hombre.

Era un guerrero, ese amor mío, como el nombre que le dio su padre, Gambo, que quiere decir guerrero. Yo susurraba su nombre prohibido cuando estábamos solos, Gambo, y esa palabra resonaba en mis venas.
Le costó muchas palizas responder al nombre que le dieron aquí y ocultar su nombre verdadero. Gambo, me dijo, tocándose el pecho, la primera vez que nos amamos. Gambo, Gambo, repitió hasta que me atreví a decirlo. Entonces el hablaba su lengua y yo le contestaba en la mía. Tardó tiempo en aprender créole y en enseñarme algo de su idioma, el que mi madre no alcanzó a darme, pero desde el comienzo no necesitamos hablar El amor tiene palabras mudas, más transparentes que el río. Gambo estaba recién llegado, parecía un niño, venía en los huesos, espantado. Otros cautivos mas grandes y fuertes quedaron flotando a la deriva en el mar amargo, buscando la ruta hacia Guinea. ¿cómo soportó él la travesía? Venía en carne viva por los azotes, el método de Cambray para quebrar a los nuevos, el mismo que usaba con los perros y los caballos. En el pecho, sobre el corazón, tenía la marca al rojo vivo con las iniciales de la compañía negrera, que le pusieron en África antes de embarcarlo, y todavía no cicatrizaba. Tante Rose me indicó que le lavase las heridas con agua, mucho agua, y las cubriera con emplastos de hierbas mora, aloe y manteca. Debían cerrar de adentro hacia fuera. En la quemadura, nada de agua, sólo grasa. Nadie sabía curar como ella, hasta el doctor Parmentier pretendía averiguar sus secretos y ella se los daba, aunque sirviera para aliviar a otros blancos, porque el conocimiento viene de Papa Bodye, pertenece a todos, y si no se comparte se pierde. Así es. En esos días ella estaba ocupada con los esclavos que llegaron enfermos y a mí me tocó curar a Gambo.

La primera vez que lo vi. estaba tiritando boca abajo en el hospital de esclavos, cubierto de moscas. Lo incorporé con dificultad para darle un chorro de tafia y una cucharadita de las gotas del ama, que me había robado de su frasco azul. Enseguida comencé la tarea de ingrata de limpiarlo. Las heridas no estaban demasiado inflamadas, porque Cambray no pudo echarles sal y vinagre , pero el dolor debía de ser terrible. Gambo se mordía los labios, sin quejarse. Después me senté a su lado para cantarle, ya que no conocía palabras de consuelo en su lengua. Quería explicarle cómo se hace para no provocar a la mano que empuña el látigo, cómo se trabaja y se obedece, mientras se va alimentando la venganza,  esa hoguera que nace por dentro. Mi madrina convenció a Cambray de el que muchacho tenia peste y más valía dejarlo solo, no fuera a dársela a los demás de la cuadrilla. El jefe de capataces la autorizó para instalarlo en su cabaña, porque no perdía las esperanzas de que Tante Rose se contagiara de alguna fiebre fatal, pero ella era inmune, tenía un trato con Legbé, el loa de los encantamientos. Entretanto yo empecé a soplarle al amo la idea de poner a Gambo en la cocina. No iba a durar nada en los cañaverales, porque el jefe de capataces lo tenia en la mira desde el principio.

Tante Rose nos dejaba solos en su cabaña durante las curaciones. Adivinó. Y al cuarto día sucedió. Gambo estaba tan abrumado por el dolor y por lo mucho que había perdido –su tierra, su familia, su libertad- que quise abrazarlo como habría hecho su madre. El cariño ayuda a sanar. Un movimiento condujo al siguiente y me fui deslizando debajo de él sin tocarle la espalda, para que apoyara la cabeza en mi pecho. Le  ardía el cuerpo, todavía estaba muy afiebrado, no creo que supiera lo hacíamos. Yo no conocía el amor. Lo que hacía conmigo el amo era oscuro y vergonzoso, así se lo dije, pero no me creía. Con el amo mi alma, mi tin-bon-ange, se desprendía y se iba volando a otra parte y sólo mi corps-cadavre estaba en esa cama.
Gambo. Su cuerpo liviano sobre el mío, sus manos en mi cintura, su aliento en mi boca, sus ojos mirándome desde el otro lado del mar, desde Guinea, eso era amor, sálvalo de todo mal, protégelo. Así clamaba yo.