martes, febrero 01, 2011

Sauce


Sol me dijo una vez: -que hermoso el sauce llorón, mi árbol favorito...
Estaba sentada en la banqueta de aquél edificio en el que solíamos trabajar en un archivo triste y viejo. Divagaba como acordándose de algo. Yo voltee a ver las ramas caídas que cubrían de los rayos solares, trataba de entenderla con sus ramas flexibles y delgadas, largas y colgantes como queriendo tocar la tierra. El tronco tenía la corteza fisurada y sus hojas parecían crecer a lado de flores amarillo pálido. Ese era un sauce llorón, lamentándose, multiplicándose por injertos con una caducidad aproximada de 60 años.

 Lo que no sabía yo, es que esos árboles evitan la erosión, que protegen la flora y que fortalecen los causes ante posibles desbordamientos. Más tarde supe que los antiguos americanos y sumerios hablaron de sus poderes curativos sobre fiebres y dolores, textos que dieron paso a la salicina.

Pensaba en ese aspecto tan delicado y fragilmente sugerido en el exterior del sauce y al mismo tiempo, en la fortaleza que se obtiene de la corteza. Me dispuse a observar las pastillas de ácido acetil salicílico; la fórmula mágica para quitar los dolores. Tomé un vaso de agua y me dispuse a tragarme un pedacito de Sol. Un sauce del que aprendí la esperanza.

1 comentario:

  1. Hey ¡Cómo es la vida!... estoy tomando ácido acetil salicílico en este mi regreso del Sahara lleno de reflejos, sentimietos, espejismos y nostalgias. me encanta lo que has escrito.

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