domingo, enero 23, 2011

Ulrica

El primer libro que leí de Jorge Luis Borges fue el Aleph, un regalo en mi cumpleaños de una amiga. El segundo llegó de manera inesperada de la persona a la que quiero, y si pudiera decir la palabra mágica lo haría, pero ahora mismo ya no sé que soy para la música de mis oídos. 
Esta tarde mientras viajaba, proseguí con la lectura iniciada a conciencia hace casi tres semanas. Al leer las primeras hojas me recordó a mi infancia en el Sur. Me vi leyendo las lecturas que por raíz familiar, llegué a conocer. Esos sueños de la Biblia me eran bastante familiares, y es irónico como han regresado a mi, después de años de mi rompimiento con la institución católica. 

El libro de los sueños, me ha dejado pensando, últimamente he puesto más atención a los mismos y pensaba que tenía algunos meses que abandoné por completo el hábito de escribir mis sueños. Esta mañana antes de leer el libro, me levanté buscando mi libreta azul para poder dibujar una hermosa imagen que tenía en mente, tras despertar de mi sueño. Ahora, vuelvo a mi bitácora extasiada por la lectura del sueño que me ha hecho repensar a Borges como no lo había hecho antes. ¿Por qué? Simple conexión. Ahora Borges lleva un pedazo de mi sentir...


Ulrica
Impronta de la piel...
Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert 
Völsunga Saga, 27


Mi relato será fiel a la realidad o,  en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica ( no supe su apellido y quizás no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana. 
Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Éramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.
-Soy feminista -dijo-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.
La frase quería ser ingeniosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros. 
Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.
Uno de los presentes comentó:
-No es la primera vez que los noruegos entran en York.
-Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
Fue entonces cuando la miré. Una linea de William Blake habla de muchachas de suave plata o de furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y ojos grises. Menos que su rostro, me impresionó ese aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, los cual es raro en tierras del norte que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un ingles nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descubrí poco a poco.
Nos presentaron. Le dije que era profesor de la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano. Me preguntó de modo pensativo: 
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió.
Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. 
Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola. Recordé una broma de Schopenhauer y contesté: 
-A mi también, podemos salir juntos los dos.
Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven. No había un alma en los campos. Le propuse que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado a ninguna otra persona. Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído aullar nunca a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.
Al rato dijo como si pensara en voz alta:
-Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.
Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde proseguía su camino hacia Londres; yo hacia Edimburgo.
-En Oxford Street -me dijo- repetiré los pasos de De  Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.
-De Quincey -respondí- dejó de buscarla. Yo a lo largo del tiempo sigo buscándola.
-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado. 
Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y la besé en la boca y los ojos. Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
-Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido, mientras tanto, que no me toques, es mejor que así sea.
Para un hombre célibe, entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Texas, clara y esbelta como Ulrica
No incurrí en el error de preguntarle si me quería.
Comprendí que no era le primero y que no seria el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula del Ibsen.
Tomados de la mano seguimos.
-Todo esto es como un sueño -dije-, y yo nunca sueño.
-Como aquél rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.
Agregó después: 
-Oye bien, un pájaro está por cantar.
Al poco rato oímos el canto.
-En estas tierras -dije-, piensan que quién está por morir prevé el futuro.
-Y yo estoy por morir -dijo ella-.
La miré atónito.
-Cortemos por el bosque -la urgí- . Arribaremos más pronto a Thorgate.
El bosque es peligroso -replicó.
Seguimos por los páramos.
-Yo quería que este momento durara siempre -murmuré.
-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien. 
-Javier Otárola -le dije.
Quizo repetirlo y no pudo. Yo fracasé parejamente, con el nombre de Ulrikke.
-Te llamaré Sigurd -declaró con una sonrisa.
-Si yo soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild.
Había demorado el paso.
-¿Conoces la saga? -le pregunté.
-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardío nibelungos.
No quise discutir y le respondí:
-Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.
Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara como la otra, el Northern Inn.
Desde lo alto de la escalinata Ulrica me gritó: 
-¿Oíste al lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.
Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaban muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba le tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.

Jorge Luís Borges.

2 comentarios:

  1. soy tu amiga... como desde el principio, como siempre será. aunque no quieras, aunque te resistas... jaja.

    no habia notado que el fondo de tu blog es tu lampara! ta bueno!
    un beso pequeña. te quiero como siempre.

    pd: no te ha pasado que cuando eres la primera que dice las verdades, que rompe los silencios, quedas como la mala para siempre? ...

    atte. tu cajita.

    ResponderBorrar
  2. No, no me ha pasado, siempre he pensado que las mejores historias o cuentos no tienen personajes antagónicos para siempre. Sin embargo la gente está acostumbrada a vivir o pensar en lo contrario. Siempre existen formas para hacer las cosas sin que la historia salga fragmentada como un pedazo de cristal, el hecho es que mucha gente no lo sabe o lo hace inconscientemente. Que remedio.

    ResponderBorrar