martes, julio 06, 2010

Adanowsky en Coyoacán

Me acordé de ti mientras paseaba por el colorido Coyoacán, acababa de comprar un ave plástica de color magenta, mientras le ponía agua para enseñarle a mi sobrino el sonido de ese pájaro de infancia. Todos tuvimos uno, -dije- Ahora coleccionaré juguetes viejos y tradicionales que rememoran los recuerdos vívidos de sonrisas inocentes. Solíamos jugar con aves e imitar sus sonidos... y entre las Fridas que observaban el tan histórico recinto y el paseo de parques sulfurantes de algodones y globos coloridos, en ese mundo paralelo y tan distante, los postes de luz llevaban la propaganda sepia de Adanowsky, quien me hizo recordar esa espístola o mandamiento que un viernes de junio compartiste: 







Amar, nunca tener que pedir perdón.

Amar, aceptar los límites y buscar el progreso.

Amar, no proyectarse en el futuro, vivirlo ahora, aunque dure 5 minutos. Vivirlo plenamente. Sin miedos. Sin planes.

Amar, no buscar un espejo en tu mirada.

Amar ¿Por qué quieres que cambie, por qué quieres que yo sea otro? 
Déjame ser quién soy y encuentra el que buscas de verdad. Liberate de mi.



Entonces fue de nuevo que la música tapizó el cerebro, criminalmente estabas ahí, te volviste real en ese espacio de tiempo, y la música pasó de nuevo por mis ojos y conectó la letra a mis oídos mientras caminaba por la alameda tomada de la mano de mi peque Diego. Mientras un día más transcurría entre mis pies ligeros y tus manos muy probablemente tocaban la guitarra.

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