martes, junio 01, 2010

Crónica de una experiencia fotográfica


Sabía que no era sensato decir "sí" al lugar propuesto, sabía que vendrían los recuerdos a mi como una lluvia de cristales, llevo todo un proceso rompiendo esquemas, y aunque el psicoanalista bien lo dijo; eso de regresar a los "no lugares" para sellar emociones, enfrentar el duelo y trascenderlo, no es algo malo. Si embargo, no me había sido del todo posible por las pocas ganas de volver a pisar recuerdos para "aprender de ellos y crear soluciones mirando de frente" desde su poco errada y confusa perspectiva psico-tanatológica que me ha metido en la cabeza.

Yo y mis aficiones fotográficas... Eso fue lo que me llevó hasta allí, para ser sincera estaba segura de poder hacerlo, como quien dice sí, y a la hora de la hora se arrepiente. El viernes antes de media noche, dormitando en el autobús que me llevaba de regreso a mi guarida, se podía ver la luna roja de pudor, luna llena para variar, ese día dormí soñando... Desperté en sábado, eran las 6 a.m. cuando salí de casa, llegamos poco después del amanecer, allí estaba el mar azulado y algunos pescadores locales zarpados en sus lanchas tirando redes.

Y te lo dije Sara! desde la entrada a este lugar ya estábamos sintiendo los cristales caer en el estómago, pero como trapecista caminando en cuerda floja, ya no había marcha atrás. Caminé con mis pies descalzos para sentir la arena, llegamos hasta las peñas donde no había nadie y escuché atenta las instrucciones: ¿Lista?, Sé tu misma.

Tras un respiro profundo me quité la ropa, ahí estaba yo, entregándome al mar, desnuda, con la misma emoción con la que había pisado esa playa una noche de eclipse, confesándole a la mar lo que había descubierto que era y que me cambió la vida sin dudarlo. Estaba tensa, nerviosa, moría de pudor, ese que pensé que no tendría, erré. Era la misma sensación de la primera vez que sentí amar algo prohibido, pero para ese momento, las piedras sobre las que posaba cubrían mi cara y las gotas saladas de mis ojos se camuflajearon con las gotas del agua salada del mar que golpeaba fuertemente las piedras sobre las que estaba. Nada pasa aquí, es solo el agua de sal la que ha entrado a mis ojos, mi figura parecía nerviosa, ¿no es así?, opté por pedir unos segundos para respirar profundo, las miradas siempre imponen, me dije.

Entonces volví a posar mi cuerpo desnudo entre las piedras y el mar, entre la arena y el agua, una y otra vez, cerré los ojos mientras las horas pasaban, evadí mis pensamientos y me concentré en el sonido de las olas, era momento de dejar la piel y el pudor ahí mismo.
Para entonces, cuando las nubes se alejaron y el sol brilló intenso como para invadir con sombras las imágenes, yo ya había cambiado de piel, y el recuerdo se quedó plasmado en suficientes tomas en blanco y negro.

¡Perfecto!, -escuché de nuevo la voz de alguien- ahora si saliste relajada, tu cuerpo se observa más libre, más ligero... Yo sonreí, -él no podía entender nada-, pero le dije: Lo es...
Y será mejor que nos vayamos porque la arena empieza a quemar mi nuevo traje.



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